
Correr con un dolor leve durante el entrenamiento es algo común en corredores populares. No siempre es signo de una lesión grave, pero ignorarlo puede empeorar la situación. Por ello, es fundamental aprender a adaptar la rutina para seguir avanzando sin poner en riesgo la salud.
Primero, identifica bien la localización y tipo de dolor. Si es un dolor puntual y no inflamatorio, puedes reducir la intensidad y duración del entrenamiento. Por ejemplo, baja el ritmo o el volumen de kilómetros diarios, y evita actividades que causen molestias directas.
Incluir más días de descanso o sesiones de recuperación activa, como caminar o hacer bicicleta suave, ayuda a darle tiempo al cuerpo para sanar sin detener totalmente el movimiento. Escuchar al cuerpo es clave: un dolor que mejora con el calentamiento y no empeora durante el ejercicio es manejable; si empeora, detén la actividad y consulta a un profesional.
Modifica ejercicios complementarios para no cargar la zona dolorida. Por ejemplo, si el dolor es en rodilla, evita cuestas o saltos, y enfócate en fortalecer otros músculos sin dolor.
En resumen, adaptar el entrenamiento ante un dolor leve consiste en reducir la carga, aumentar el descanso y cambiar actividades evitando el empeoramiento. Esta estrategia permite mantener la constancia y cuidar la salud sin perder progreso en tu condición física.
Esta práctica debe ir siempre acompañada de seguimiento: si el dolor persiste o aumenta, lo mejor es acudir a un especialista para un diagnóstico adecuado. Así seguirás corriendo de forma segura y eficiente. Correr con un dolor leve, sí, pero con precaución.